A veces no estoy de acuerdo en la mecánica de la vida. A veces abro los ojos muy temprano, cuando aún puedo escuchar el silencio, hasta que es interrumpido por el silbar del ave en turno. Sigo yo metida en mi deliciosa cama, entre las cobijas calientitas, he descubierto que me he vuelto por cierto, más friolenta que antes.
Respiro, siguen pasando los minutos, pero yo sigo acostada sólo pasando los minutos, escuchando mi respiración, acordándome de sentir, eso que se olvida tan fácilmente. Sentir con los sentidos, no lo que imagino que se siente. Sentir sobre la piel el calor, la suavidad de las telas, el frío que se me cuela por la nariz, mirando como se va desvaneciendo la oscuridad y entrando la claridad que se filtra por mi ventana, escuchando sólo eso el pasar el tiempo a través del silencio. Al rato soborearé un desayuno casero, cuando el día esté más avanzado, y bajaré convencida por el aroma que sale de la cocina.
No siempre es así. Muchas veces me levanto sin recordar ni mi nombre, teniendo en mente todos los pendientes que tengo por hacer en la oficina, lanzando deseos efímeros al aire como que mi jefe llegué de buenas al trabajo y sea un buen día en la oficina, en los que los humanos no nos compliquemos más la vida. Esos días en los que me olvido de sentir, en sentir abosolutamente todo y perdiéndome en la mecánica de los días. Apenas y el agua que me cae de la regadera me recuerda que estoy viva. Los autos van y viene sobre las calles, gente enojada, gente con prisa, alguna es amable otra no tanto. Con salpicados intentos de no entrar en ella como dejando de usar reloj.
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