El plan del día era estar en la obra un rato para encontrarme con el de los canceles y con el plomero, luego me iría hacia la oficina a la hora de la comida y comer por allá una ensalda. Los planes pueden cambiar, pero al menos había un plan. Me mandaron por unas facturas, una hasta el fin del mundo, la otra relativamente cerca de mi casa. Solo me dio tiempo de ir por una, la del fin del mundo.
Como ya no iría a la focina tuve que pensar dónde comer. Me fui entonces hacia la plaza más cercana, me metí al super para comprarme un plato de shushi, creo que era la mejor opción a mi alrededor, no quise ir hacia la comida rápida porque era atravesar todo, pasar por el punte, la tienda dónde veo aquel juego de química que me dan ganas de comprar, máxime ahora que el día D está próximo. Ya que estaba en el super, compre un paquete de esos panecitos nuevos que me recuerdan a los que me comía en Suecia, una caja de fresas, que no había habido en los de por mi casa , además de un "peperami", que es una barrita de salami, es muy parecida a una salchicha, sólo que viene empaquetada individual. Me fui hacia la cafetería del lugar, no es muy grande, apenas unas seis mesas habrá, pagué mis cosas y la mesa la compartí con una empleada, que estaba muy entretenida con su libro de caja. Me comí mi sushi y al final abrí mi salami, lo chistoso fue que mientras la estaba abriendo y le daba las primeras mordidas, al parecer les causo mucha curiosidad a los tres tipos de la mesa de enfrente, que no me quitaron la vista de encima, no entiendo como las personas pueden ser tan indiscretas, por eso me gusta nyc o se, porque ahí nadie voltea a ver a nadie. Tomandolo por el lado amable, me causo risa más que enojo. Terminé y me fuí, todavía tenía que ir hacia el fin del mundo.
De ida hacia la marmolería dónde tenía que recoger la primera factura (todo porque olvidaron enviarmela con todo y el pedido ahora me hicieron ir), no tuve problema, no hubo nada de tráfico, llegué bien. Estando ahí tome algunas notas de la larga lista de tipos de mármoles, unos sensacionales, mientras me entregaban mi factura. De regreso, pretendía pasar por la otra, me quedaba de paso, no fue posible porque mientras más pasaban los minutos el tráfico crecia. Lo que debió haber sido un trayecto 50 mintuos se convirtieron en 2 horas a mi casa. Obviamente el lugar de la seguna factura estaba cerrado para entonces. Llegué a mi casa con las piernas entumidas y adolorida de los pies, de tanto apretar los pedales de frenar y acelerar del auto. Precisamente por situaciones como esas es que agradezco y valoro tanto que mi trabajo esté cercano a mi casa, sin baches, sin locos al volante, sin jungla de asfalto, porque por mis rumbos las personas no vienen tan estresadas al volante, son hasta amables, el estado de las calles es favorable, el tráfico es poco, atravieso una zona dónde sólo hay verde alrededor y hasta una presa, algo reconfortante para los ojos.
Era tal cantidad tráfico que pude tomar unas fotos, subirlas al twitter, veía a los vendedores ambulantes pasar entre los autos ofreciendo: gorditas de nata (unos panecillos que tienen buen ver el sabor es muy insulso); cacahuates japoneses, mamuts (golosina de galleta y malvavisco, una de mis favoritas), obleas (de las de colores sin cajeta), campechanas (pan ducle estilo mil hojas). No sé a quién se le ocurrieron estos productos, muchas veces pensaba si habría quién los comprará, pero después de pasar tanto tiempo ahí, pero no dudo que cualquiera de ellos le podría calmar el hambre a algún hambriento que por alguna razón no le haya dado tiempo de comer y se haya tenído que sumergirse en el tráfico de la gran ciudad. Bueno hasta burbujas vendían.
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