Tal vez sea algo en la luna, algo en las estrellas, en las órbitas, el cambio climático, que sé yo, pero estos últimos días he consentido mucho a mis papilas gustativas. Empezando por aquél viernes del helando infinito y lo que le siguió. Al día siguiente tuve que ir a un negocio al local de una de mis tías, que esta a unas cuadras de un clásico mercado, dónde me gustaría ir cada sábado a comprarme un "esquimo" una bebida de sabor con base en leche, que en realidad no es nada más que espuma con sabor diría yo, pero que por alguna razón me gustan demasiado. Entonces aprovechando que estaba yo tan cerca, antes de irme fui por uno. Pero eso no fue todo, en el inter mi tía que es una cocinera exclente, creo que la mejor de la familia, a quién todo mundo pide recetas, inclusive la detienen por las calles para que les dé consejo de cómo prepara tal cosa, pues ella me preparó a media mañana unas "mini" quesadillas de pasta de hojaldre, la misma que se usa para las empanadas o el pastel mil hojas, le quedaron buenísimas porque encima el queso del relleno era especial, porque había sido preparado con un ligero toque de chile chipotle. Fue un aperitivo, porque entonces ya llegando el medio día me llevó media rebanada de pay de atún (mi favorito) y otro mitad de pay de mole con pollo, con una porción de pasta de guarnición (ya no alcancé lechuga ja). Ese día ya casi para la cena mi hermana preparó cocktel de camarones, filete de pescado, ensalada de lechuga y de postre una paleta de piña colada. Me alegro que siempre la comida de mar ni se siente.
El domingo no fue tan diferente, aunque en la mañana antes de irme a aquella conferencia como salí con el tiempo justo me dió tiempo de un licuado de fresa, pero a la hora de la comida, a mi madre se el antojo un pozole, y ahì fuimos. Ya tenìa rato que no me comìa uno.
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